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Esa mañana , el cielo estaba tintado de nubes grises y claros azules. Las siluetas dentadas de los edificios en ruinas se asomaban imponentes a lo lejos y se iban haciendo más grandes y nítidas conforme nos acercábamos con el coche. Los pajarillos revoloteaban a ras de suelo, los altos molinos de viento giraban sin pausa como si estuvieran mezclando los ingredientes para conseguir una atmósfera llena de tranquilidad.
Resultaba irónico sentir una paz y un sosiego acogedor mientras nos adentrábamos en unas ruinas donde años atrás tuvo lugar una guerra, cruel y sangrienta , ……. como todas las guerras.
Al cruzar el arco de entrada, parcialmente rehabilitado, sentimos un gran respeto por ese espacio lleno de historia, de sangre, de dolor y destrucción. No había leído nada de la Batalla de Belchite, pero al contemplar estupefacta el estado del pueblo, de sus casas y sus calles pude entender durante unos minutos el horror de la guerra. Y aún así el entorno me asombró por su belleza, una belleza rota que no podía dejar de mirar. Casi éramos los únicos visitantes del pueblo y eso hacía que un extraño misterio envolviera cada piedra. El silencio era tan evidente que se escuchaba nuestra respiración y el sonido compacto de nuestras pisadas.
Las paredes de algunas casas amenazaban con derrumbarse en cualquier momento, cansadas de resistir en el tiempo, heridas e incapaces de mantenerse en pie. Porque en esos tiempos esas paredes resguardaron a familias enteras, fueron guardianas de secretos contados y testigos de lo que pasaba en la calle. Si pudieran hablar, hablarían de la vida rutinaria del pueblo, de las redencillas de cada familia, de las personas en sí mismas , de una época de esplendor, como las paredes de cualquier pueblo …. sólo que estas paredes ya sólo se acuerdan del ruido de las bombas y de gritos desesperados, de la huída y del miedo, de la pérdida y la desolación.
Y, sin embargo, siguen ahí, desafiando al tiempo, porque no pueden permitir que nadie olvide lo que pasó. Porque cada piedra que se desprende es un recuerdo que se esfuma y sólo esas ruinas son el vestigio de una guerra, la Guerra Civil Española y de una batalla, la Batalla de Belchite de 1937.
No han pasado muchos años y junto a Belchite el viejo se alza Belchite el nuevo, totalmente renovado , haciendole frente a un futuro nuevo y esperanzador aunque siempre arrastrando una sombra oscura e imborrable.
«Llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida»
Miguel Hernández – Poeta –
Fotos de Belchite Viejo
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